El tener la dicha de ir acompañado de dos grandes seres humanos más allá de sus títulos académico-nobiliarios de la sociedad mexicana, me acompañaron en ese enfrentamiento con la vida desde la muerte de otros. Una verdadera oportunidad para incrementar el intelecto y el espíritu.
Tocar el mármol, introducir por medio del tacto el conocimiento y sensibilizarlo, produce una sensación o mejor dicho una experiencia inolvidable, poder distinguir y diferenciar los diversos materiales y tratar de imaginar la situación económica, clase social y deseos de proyección de los familiares del fallecido, dio por inicio la reflexión intima de mi propia historia.
Entre mausoleos ostentosos, con figuras maravillosas representando a las virtudes, ángeles que indican en determinados casos el gran poderío familiar, y otro sin fin de símbolos que van poco a poco introduciéndose de manera imprevisible dentro del cerebro y los sentimientos, consiguiendo una reacción automática de efecto interno y una meditación forzosa involuntaria, plenamente planeada por los arquitectos funerarios para conseguir que uno haga una evaluación personal, para ver y establecer la dirección que ha llevado y lleva uno en la vida y así poder enmendar o modificar aquello que nos aqueja, estorba o falta para no llevar una vida muerta y vivir en realidad para no sentirse como aquellos que radican definitivamente en esas ciudades que cada día son saqueadas, ultrajadas y destruidas por el olvido, abandono y desinterés de los que creemos estar seguros de nuestra relación con aquella que algún día nos vendrá a visitar para unirnos a ella y hacernos parte del recuerdo de unos, el olvido de otros y la reflexión de todo aquel que por algún tipo de circunstancia visite la ciudad de los muertos.
Mérida Yucatán, México a octubre de 2010.
J. Ruiz Zenet
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