martes, 9 de noviembre de 2010

Apreciación de la arquitectura funeraria.

Iniciando en la apreciación de la arquitectura funeraria, una experiencia entre la catarsis, terror y toques de humor negro, sin dejar atrás las proyecciones personales de manera trágico-divertidas, si, una especie de experiencia didáctico-proyectiva, que en lo personal descubrí que antes de la visita al cementerio mi cercanía con la muerte era bastante estable, pero ahí, en la puerta principal del cementerio general de Mérida, se inició lo que se considera la verdadera misión de aquel lugar, la reflexión, ya que la visita a los cementerios está prescrita para la reflexión, no para el acompañamiento de los deudos o visita a los muertos, así que podría decirse sin temor a equivocarme que más que el sitio o mejor dicho la ciudad de los muertos, es la conciencia de los vivos y quizá más aun, de uno que otro muerto en vida.




El tener la dicha de ir acompañado de dos grandes seres humanos más allá de sus títulos académico-nobiliarios de la sociedad mexicana, me acompañaron en ese enfrentamiento con la vida desde la muerte de otros. Una verdadera oportunidad para incrementar el intelecto y el espíritu.





Tocar el mármol, introducir por medio del tacto el conocimiento y sensibilizarlo, produce una sensación o mejor dicho una experiencia inolvidable, poder distinguir y diferenciar los diversos materiales y tratar de imaginar la situación económica, clase social y deseos de proyección de los familiares del fallecido, dio por inicio la reflexión intima de mi propia historia.





Entre mausoleos ostentosos, con figuras maravillosas representando a las virtudes, ángeles que indican en determinados casos el gran poderío familiar, y otro sin fin de símbolos que van poco a poco introduciéndose de manera imprevisible dentro del cerebro y los sentimientos, consiguiendo una reacción automática de efecto interno y una meditación forzosa involuntaria, plenamente planeada por los arquitectos funerarios para conseguir que uno haga una evaluación personal, para ver y establecer la dirección que ha llevado y lleva uno en la vida y así poder enmendar o modificar aquello que nos aqueja, estorba o falta para no llevar una vida muerta y vivir en realidad para no sentirse como aquellos que radican definitivamente en esas ciudades que cada día son saqueadas, ultrajadas y destruidas por el olvido, abandono y desinterés de los que creemos estar seguros de nuestra relación con aquella que algún día nos vendrá a visitar para unirnos a ella y hacernos parte del recuerdo de unos, el olvido de otros y la reflexión de todo aquel que por algún tipo de circunstancia visite la ciudad de los muertos.





Mérida Yucatán, México a octubre de 2010.



J. Ruiz Zenet